A Mario Casalla lo conocí en 1979, cuando me invitó a ser parte de la Asociación de Filosofía Latinoamericana. Allí nos encontrábamos para hablar no solo sobre temas propios de intelectuales sino también de nuestras visiones sobre las políticas de nuestro país. Nunca escuché opinión o le vi accionar de tal manera que me permitiera pensar alguna coincidencia con la dictadura militar, por el contrario era entusiasta parte de una generación que creía en el valor de las causas colectivas.
Es más, con la misma posición militante –que considero ponderable- con que aceptó su cargo en la Universidad Nacional de Salta, llevaba en su maletín la revista Reconquista, donde compañeros muy queridos y recordados como Eduardo Vaca y Tito Raijer, mantenían viva la llama del peronismo y la causa nacional y popular. También hubo actitudes personales para conmigo como para otros compañeros que lo pintaban como un hombre íntegro.
Con Mario hemos tenido encuentros y desencuentros en estos últimos 34 años, pero jamás ha tenido la miserable cualidad del delator… del buchón, que se le quiere endilgar, basándose los acusadores en un anónimo.
Lo peligroso de ponerse viejo es la memoria. Porque permite recordar que esa misma metodología fue la que usaron en 1955 para cesantear docentes; porque ella también fue usada en 1976 para cesantear y hacer desaparecer docentes. Estamos quizás ante una variante del síndrome de Estocolmo, en donde algunos toman la metodología y la forma de pensar de quienes se supone que combaten.
Alfredo Mason, filósofo, ensayista, docente universitario.
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