Por Mario Casalla
Un año después retorno a estas líneas íntimas que escribí en la semana de su muerte, las sigo considerando vivas en su primer aniversario. Ellas decían que era incómodo escribir desde el umbral. Ni adentro, ni afuera; no hay mesa en la cual apoyarse y la gente circula entrando y saliendo. Un estorbo para todos. Escribo estas líneas el primer lunes hábil después de la muerte del ex presidente Néstor Kirchner: todavía no ha sucedido “nada” nuevo y sus funerales acaban de pasar. Demasiado tarde para lágrimas y demasiado temprano para sesudas reflexiones o atrevidas profecías. Son las tres de la tarde en Buenos Aires y una radio anuncia que –a lo mejor- a las siete habla Cristina. No lo sé, no es seguro. No me molesta tampoco ese silencio. No estoy especialmente urgido de su palabra explícita, porque todavía resuenan y estoy pensando las que (¿circunstancialmente?) lanzó al aire, cuando terminaba la ceremonia fúnebre en la capilla del cementerio de Río Gallegos y se acercaba para un abrazo con las Madres. El periodista al cual iban dirigidas las transcribió así: “Viste, somos peronistas. Siempre andamos en medio del pueblo y del tumulto. No vamos a cambiar justo ahora”. Nadie las ha desmentido y por lo tanto las doy por buenas. Además, me suenan a buenas y también a respuesta –por elevación- a los consejos presurosos de Rosendo (no el bueno, sino el otro) quien, a horas del fallecimiento de su esposo y compañero, la tentó con para una rápida infidelidad política. Al parecer fracasó igual que el Escribano que siete años antes le presentó a Kirchner una suerte de pliego de condiciones y -al no encontrar eco en el mandatario recién electo- tituló su columna: “La Argentina ha decidido darse gobierno por un año”.
Esas palabras de Cristina en el funeral del domingo ratificaban y convalidaban lo que la CGT había dicho el mismo día de la muerte del ex presidente: que Néstor Kirchner es un capítulo esencial en la historia del peronismo, que es su presente más vivo y que marca un rumbo para su futuro inmediato, del que les será a todos muy difícil sustraerse. Incluso los trabajadores organizados fueron más contundentes que la propia presidenta: lo pusieron en el nivel siguiente de Perón y Evita y como su continuidad directa. Si a esto se agrega que la otra central sindical (CTA) estuvo masivamente presente en la Plaza de Mayo; que los Movimientos Sociales hicieron lo propio y que una multitud espontánea –en la que primaban los jóvenes- desbordó todo encuadramiento, fue por las suyas y se mantuvo firme y activa durante los tres días de duelo nacional (a pesar de no haberse decretado asueto), no quedan dudas: el que empezó como dirigente apadrinado y circunstancial, rompió el molde, se autorizó a sí mismo, se transformó en líder y va por más. Claro que esto no es sólo por sus aptitudes personales, sino porque éstas jugaron y se potenciaron en el seno mismo de un peronismo que –tras su deriva menemista y la crisis final del 2001- buscaba un nuevo camino, iniciaba su reconstrucción y volvía a tener protagonismo. Algo similar le había pasado (exitosamente) en el ’73 y (fallidamente) en el ’83.
1. El peronismo.
Ha demostrado ser –en situaciones límites- la única fuerza política con poder y organización como para gobernar el país (con ciertas chances de éxito). Y cuando digo “peronismo”, utilizo las comillas queriendo significar con ello todo lo ambiguo, complejo y problemático que cursa hoy bajo esa denominación. Así y todo, ningún otro partido político estaba en condiciones de hacerse cargo de la situación a fines del 2001(y no lo está hoy). Con incendios en las calles y el pueblo prácticamente en asamblea, la propia oposición le arrojó el gobierno en la cara y huyó despavorida. Y el peronismo (con sus más y con sus menos ¡y con todas sus contradicciones todavía irresueltas!) se hizo cargo y piloteó aquél final de juego. Hizo lo que supo y lo que pudo. Acertó y también se equivocó. Pero es indiscutible que pudo frenar la caída libre y evitar el irreparable golpe final. Hoy, cómodamente sentados, es fácil y hasta sencillo pontificar acerca de lo que podría y debería haberse hecho y desnudar sus falencias, pero el dedo acusador rápidamente se transforma en espejo y entonces es muy difícil no ponerse colorado. No estaríamos hoy hablando si esa caída libre hubiese continuado.
Esto no lo exculpa de sus errores, ni lo exime de sus asignaturas pendientes, ni mucho menos busca disimular sus contradicciones, pero nada de esto es posible si, simultáneamente, no se le reconoce su tarea histórica reciente. Lo demás es viento de palabras y –aún para obligarlo a cambiar- es necesario ponerse primero a la par. Más aún, es deseable que esto ocurra a la brevedad para darle mayor vitalidad a la democracia argentina. El desconcierto y un renovado antiperonismo siguen paralizando a la oposición política e impidiéndole participar –en serio- de la sana rotación institucional. No es bueno, por cierto, que esta situación se prolongue. Ni para el país, ni para el peronismo, ni para el propio juego de la democracia argentina.
2. El “fenómeno Kirchner”.
Cuando el peronismo –después del fracaso menemista- parecía definitivamente liquidado…..¡volvió a sacar otra carta del mazo! Y esa carta insólitamente resultó ganadora en tres aspectos tan claves como interconectados: 1º) derrotó al menemismo en una elección abierta (siendo ésta la gran derrota y no la anterior de la Alianza ); 2º) logró provisionalmente disciplinar el conglomerado peronista detrás suyo y ampliarlo (algo clave para volver a dar gobernabilidad al país) y 3°) acertó con un programa de gobierno posible y exitoso que –aunque en voz baja por algunos- le es reconocido por casi todos.
No sólo no fue poco, sino que toda gestión posterior fue posible a partir de ese hacer inicial. ¿Podría alguien sensatamente negar hoy que estamos en mejores condiciones para seguir avanzando? Y esta mejora en la situación general del país es lo que primariamente debería interesarnos, ya que esa cuestión (nacional, popular, democrática y latinoamericana) está (o debería estar) por sobre las diferencias circunstanciales, tanto dentro del peronismo, como en su oposición. Al menos, para quiénes no hayan desertado de esa ancha vía nacional y popular. Detectarla allí dónde se encuentre (y en el estado en que se encuentre) es tarea primera de todo olfato político que todavía se precie de funcionar. Lo otro es confundir el propio deseo con la realidad, lo cual en política se termina pagando inexorablemente caro.
3. La voluntad popular.
Otro dato objetivo es la recuperación de la voluntad popular para intentar protagonizar un destino propio: es decir, para replantear esa cuestión nacional. Sin voluntad popular recuperada no hay destino nacional posible, por más que las condiciones económicas resulten circunstancialmente favorables. Sólo cuando ambos factores se colocan en paralelo, la democracia se vuelve plena y autosostenida (no ya como sistema formal sino como vida que merece ser vivida). Y el nombre de Néstor Kirchner es inseparable de ese logro.
Por cierto que se está todavía lejos de la plena recuperación de la confianza, pero ya estamos lejos de aquél peligroso escepticismo colectivo que desembocó en el 2001. Parafraseando un lema de aquellos años: es cierto que no se han ido todos los que deberían haberse ido, pero también lo es que algunos ya se fueron y que muchos de los que se quedaron (¡por lo que sea!) han empezado a hacer otras cosas y en una dirección relativamente favorable al interés nacional, lo cual -en una Argentina que fue desvastada sin piedad- tampoco es poca cosa. Acrecentar esa tendencia positiva es fundamental.
También hay una evidente recuperación del poder del estado para poner ciertos límites a la apetencia desenfrenada del mercado y eso sin dudas favorece la autoestima personal y colectiva. Acostumbrados a décadas de subordinación casi automática a los intereses particulares y sectoriales, este recuperación incipiente del estado –en tanto representante del bien común y no como simple aparato burocrático- está claro que alienta la participación popular y el apoyo a la gestión de un gobierno que el pueblo ahora siente más cerca que los inmediatamente anteriores.
A su vez, esta recuperación del poder del estado se sintetiza en el represtigio que ha adquirido la política e incluso el mismo ejercicio del cargo presidencial, hasta no hace mucho rifado al mejor postor y ahora otra vez en el centro de la escena. El o la presidenta ya no es visto como una figura meramente decorativa (cuando no payasesca o corrupta) sino como el jefe de estado al cual sus ministros y secretarios deben lealtad y obediencia. Tanto oficialistas como opositores han tomado debida nota del renacido poder presidencial y esto -en un país como la Argentina- opera a favor de aquél afianzamiento de la voluntad popular. Precisamente por eso (¡y no solamente por sus defectos!), resulta el gobierno tan atacado por las corporaciones económicas y políticas, que han perdido mucho con este simple cambio.
Por cierto que el gran desafío en esta materia, será también la capacidad (estatal y presidencial) para derramar y organizar hacia abajo el poder ahora acumulado y concentrado arriba. Si aquélla concentración fue imperiosa para gobernar el presente, su “derrame organizado” será imprescindible para conquistar un futuro. Necesidad que será creciente si es que el gobierno –como todo lo indica- planea atreverse a más y acelera sus pasos en pos de este programa nacional y latinoamericanista que Nestor Kirchner puso en marcha. Para hacerlo no sólo hace falta un presidente fuerte y un estado con poder, sino también un pueblo organizado y dispuesto a ser protagonista. Está claro que Cristina tiene la posibilidad y la capacidad de hacerlo. ¿Por qué? fundamentalmente porque ella es cofundadora de esta etapa y de este modelo. De manera que, en materia política no es “heredera” formal de un poder acumulado por otro, sino continuadora real de un proyecto que protagonizó desde sus orígenes. Tanto que –no pocas veces- para desacreditar a Néstor Kirchner se recurrió a su fortaleza e influencia en el gobierno, del mismo modo que luego se invertirían los papeles. En esto la oposición actual tampoco inventó nada original: es su momento lo dijeron de Perón y Evita, con las variantes del caso y de época. De manera que la incógnita no es si Cristina podrá o no gobernar, sino cómo y con quienes se irá ensanchando esta nueva experiencia popular que ya tiene casi una década de gestión razonablemente exitosa. En esto precisamente estaba trabajando el ex presidente Kirchner al momento de su muerte: en tejer la trama y colocar los bastidores para que esa tela se despliegue y fortalezca. Y había vuelto sus ojos hacia lo que siempre fue esencial: la vitalidad peronista y su organización interna que –si bien no es el todo- resulta imprescindible para cualquier armado exitoso del campo popular. Y esto es cosa que no se resuelve ni de una única manera, ni de una sola vez y para siempre. El así denominado “kirchnerismo” (despectivamente por algunos, orgullosamente por otros) es la forma del peronismo en un momento determinado de su historia y como resultado concreto de sus tensiones internas y de sus luchas externas. Es también el lugar (topos) por donde pasa hoy la mayor acumulación posible de poder nacional y protagonismo popular. En esa singular topología se va dibujando un país. Me parece una pena estar mirando otro canal, o bien esperar (especular) con que Cristina “hable”. ¿No dijo ya que era peronista y que los peronistas “siempre andamos en medio del pueblo y del tumulto”? Allí habrá que irla a buscar: para apoyarla, o para discutirle, pero allí. Al medio de este tumulto y no en otro lugar. Y ojo, esto es algo mucho más serio que la “unidad (formal) del peronismo”. Una vez un viejo dirigente me dijo: mire cuando hay muchas listas y viene uno para hacer cierto tipo de “unidad”, después terminan estando todas esas listas… ¡más la “lista unidad”! Eso fue hace varios años, pero la semana pasada -cuando de casualidad me lo encontré, en medio del tumulto y del dolor kirchnerista, en Plaza de Mayo- se apuntó una nueva: ¿Sabe que es lo que más me gusta de estos actos peronistas?, tras lo cual –con una sonrisa grande y satisfecha- se contestó a sí mismo: ¡Que cada vez conozco menos gente!
Mientras yo también me reía pensé que –después de todo- Borges tenía razón: “los peronistas son incorregibles!”. Dentro de la casa de gobierno estaban velando a uno de ellos y en el pueblo –en el tumulto- había lágrimas y sonrisas. Es que los jóvenes parecen también haberse vuelto incorregibles. De lejos me pareció que un viejo pícaro guiñaba un ojo.¿O yo lo soñé?
Publicado en el diario Punto Uno. Salta, 28 de octubre de 2011
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