miércoles, 14 de diciembre de 2011

Un justo reconocimiento: los aportes de la izquierda nacional

Por Mario Casalla

         En una época en que el facilismo, la comodidad y la fugacidad hacen estragos a nivel del pensamiento, reeditar un libro publicado hace cuarenta años atrás puede parecer una herejía incomprensible. Y no lo es en este caso. Esta obra de Jorge Enea Spilimbergo, El marxismo y la cuestión nacional, ha soportado el paso del tiempo y –como lo buenos vinos- “mejora” con los años.
         ¿Por qué, se me preguntará de inmediato?. No por cierto porque en el medio no hayan pasado “cosas”, ni porque los dos términos que se combinan en el título no se hayan modificado con ese suceder, sino porque lo realmente novedoso fue ponerlos en diálogo y renovar con ello buena parte de la tradición intelectual argentina de mitad del siglo pasado.
“Marxismo” decía allí “cuestión social” y poner ésta en relación directa con la “cuestión nacional”, era un mérito que cosquilleaba entonces tanto por derecha como por izquierda. El viejo nacionalismo argentino era conservador y “patricio”, por lo tanto la cuestión social no era su fuerte, su “anticomunismo” siempre pudo más. Nunca comprendió del todo el drama popular que se jugaba en ese gran escenario que era la patria y por eso muchas veces la confundió con la geografía o con el idioma. Comprensión insuficiente que la privó de desarrollar una teoría rigurosa de lo nacional que -sin lo popular- terminaba en la simple inversión de los íconos liberales. En una guerra santa de fechas y de nombres que agitaba “salones”, pero no las calles.

Néstor Kirchner, un paso después del umbral

Por Mario Casalla

Un año después retorno a estas líneas íntimas que escribí en la semana de su muerte, las sigo considerando vivas en su primer aniversario. Ellas decían que era incómodo escribir desde el umbral. Ni adentro, ni afuera; no hay mesa en la cual apoyarse y la gente circula entrando y saliendo. Un estorbo para todos. Escribo estas líneas el primer lunes hábil después de la muerte del ex presidente Néstor Kirchner: todavía no ha sucedido “nada” nuevo y sus funerales acaban de pasar. Demasiado tarde   para lágrimas y demasiado temprano para sesudas reflexiones o atrevidas profecías.     Son las tres de la tarde en Buenos Aires y una radio anuncia que –a lo mejor- a las siete habla Cristina. No lo sé, no es seguro. No me molesta tampoco ese silencio. No estoy especialmente urgido de su palabra explícita, porque todavía resuenan y estoy pensando las que (¿circunstancialmente?) lanzó al aire, cuando terminaba la ceremonia fúnebre en la capilla del cementerio de Río Gallegos y se acercaba para un abrazo con las Madres. El periodista al cual iban dirigidas las transcribió así: “Viste, somos peronistas. Siempre andamos en medio del pueblo y del tumulto. No vamos a cambiar justo ahora”. Nadie las ha desmentido y por lo tanto las doy por buenas. Además, me suenan a buenas y también a respuesta –por elevación- a los consejos presurosos de Rosendo (no el bueno, sino el otro) quien, a horas del fallecimiento de su esposo y compañero, la tentó con para una rápida infidelidad política. Al parecer fracasó igual que el Escribano que siete  años antes le presentó a Kirchner una suerte de pliego de condiciones y -al no encontrar eco en el mandatario recién electo- tituló su columna: La Argentina ha decidido darse gobierno por un año”. 

Hernández Arregui, un pensador indispensable

Por Mario Casalla

            El anuncio –por parte de Carlos Piñeiro Iñíguez- de una obra suya, en preparación, sobre Juan José Hernández Arregui y la consiguiente invitación a escribir aquí una breve opinión mía sobre este pensador argentino y latinoamericano, me produjo una doble satisfacción. En primer lugar, porque faltaba una obra que presente y difunda el pensamiento –siempre vivo- de Hernández Arregui, el cuál sobradamente lo merece; y en segundo lugar, porque la calidad humana e intelectual de Piñeiro Iñíguez promete un trabajo sólido y sugerente, tal como en sus anteriores estudios sobre pensamiento latinoamericano.
            He conocido a la persona y frecuentado -más aún- su pensamiento en la obra escrita y, sin lugar a dudas, Hernández Arregui es una referencia indispensable para entender la “cuestión latinoamericana”, desde adentro y sin anteojeras. Escrita a lo largo de breves e intensos doce años (1957-1969, me refiero a sus cuatro obras básicas), los libros de “Hachea” (con ese pie de imprenta circularon siempre entre nosotros!) se vendían entre los jóvenes como pan caliente, mientras las grandes editoriales y los medios culturales los ignoraban con regular puntualidad.
            Es que Hernández Arregui denunciaba aquello que otros preferían ignorar o minimizar (el imperialismo y la consecuente dependencia latinoamericana), al mismo tiempo que –superando la mera crítica intelectual- su pensamiento era propositivo y esperanzador (las luchas nacionales contra esa dependencia política, económica y cultural, unidas y organizadas en torno de un programa de liberación nacional y latinoamericana). Resultaba así doblemente “peligroso”: tanto por el diagnóstico, como por la propuesta; de aquí que la intelligentzia lo silenciara y los gobiernos lo persiguieran. Destino que compartió con no pocos intelectuales latinoamericanos, de ayer y de hoy.
            Por esto el propio Hernández Arregui –contestando las usuales críticas de aquél mundo académico- declaraba por anticipado que sus libros era “de lucha” y que cambiaba “mil citas a pie de página, por una idea”. Y sin embargo, la seriedad de sus trabajos y la profundidad de sus ideas, son hoy reconocidas por quiénes se acerquen a ellas sin los prejuicios del pasado. Es de esperar que este libro de Piñeiro Iñiguez contribuya aún más en esa dirección; más aún, en aquél mismo pasado de los años ’60 y ’70 latinoamericanos, numerosos políticos e intelectuales populares supieron valorar a tiempo la obra de Hernández Arregui. Perón desde su exilio madrileño le agradece emocionado el envío de La formación de la conciencia nacional , catalogándolo como “un libro que sirve para entender y no sólo para leer”  (carta al autor de 1969). Algunos años antes, Rodolfo Ortega Peña reconocería (en su prólogo a la primera edición de ¿Qué es el ser nacional?, de 1963) que la lectura de Hernández Arregui le había “cambiado la vida”; situación que luego se repetiría con numerosos políticos e intelectuales de la izquierda clásica que –desencantados de ésta- comenzarían lentamente a comprender el campo nacional y popular, ingresando a los partidos que lo representaban (el peronismo en la Argentina y otros en los diferentes países latinoamericanos), e irían conformando así una “izquierda nacional” que dialogaría con estos y con el correr del tiempo fundaría sus propias instituciones políticas. Más aún, Hernández Arregui es uno de los primeros promotores  latinoamericanos de esa singular expresión política. Es ésta una característica original de su obra que no quería dejar de mencionar aquí: ese puente de plata que supo tender entre la vieja izquierda latinoamericana y los flamantes movimientos nacionales de liberación, por el cual transitarían después ilustres políticos e intelectuales latinoamericanos; puente que enriqueció (y sigue enriqueciendo) a ambas orillas.
              En segundo y último lugar –a fuer de la necesaria brevedad- quisiera rescatar la certera reflexión de Hernández Arregui sobre el concepto de “nación” en perspectiva latinoamericana, la cual sigue teniendo una extraordinaria vigencia para sus nuevos lectores. El último libro publicado por “Hachea” está expresamente referido a esta cuestión fundamental (Nacionalismo y liberación. Metrópolis y colonias en la era del imperialismo, de 1969), habiendo ya precisos anticipos en La formación de la conciencia nacional  de 1960.
            Al respecto, la “operación intelectual” de Hernández Arregui podría describirse así: 1º) Separar el concepto latinoamericano de “nación” de las tematizaciones europeas y norteamericanas sobre esa misma cuestión. Esto lo llevará a una muy cuidadosa –e implacable- revisión tanto del marxismo-leninismo clásico, como de los diferentes liberalismos; 2º) A partir de lo ganado en el punto anterior, revalorizará el concepto de “pueblo” (que ambos desdeñaban por “populismo”), integrando a su vez los análisis en término de “clase social” cuándo y dónde estos correspondieran; 3º) Sobre tales bases, hablará entonces de un nacionalismo de liberación, distinguiéndolo tanto de los nacionalismos metropolitanos (esencialmente racistas y dominadores), como de los “internacionalismos” declamativos de la vieja izquierda europea (comunista y socialista), traspolados acríticamente por sus repetidores latinoamericanos.
            Como se advertirá, todo un programa intelectual con inmediatas y muy importantes consecuencias políticas. Estas podrán o no suscribirse (en todo o en parte), pero lo que resulta innegable es la valentía y la originalidad con que Hernández Arregui supo en su momento enriquecer el debate ideológico y cultural latinoamericano. Aquél aire fresco -aportado en medio de tanta humareda “inteligente”- nos sigue siendo necesario todavía hoy, para seguir pensando nuestras propias cuestiones y –a partir de ellas- las que el mundo nos propone. Inversión fundamental en la que Hernández Arregui encuentra la compañía de un Arturo Jauretche, un Sergio Almaraz Paz, o un Manuel Ugarte, entre muchos otros intelectuales latinoamericanos de su generación.

Publicado como Opinión, en el libro de C. Piñeiro Iñiguez, Hernández Arregui, intelectual peronista. Pensar el nacionalismo popular desde el marxismo.. Siglo XX, 2007, pág. 228.     
                      
              
           
             
                         

Algunas notas sobre políticos y pensadores

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viernes, 2 de diciembre de 2011

El atropello

Hace diez años cayó en mis manos un texto que me sorprendió doblemente. Su título “El juego del ahorcado”, apuntes sobre victimación mediática. Digo me sorprendió doblemente porque andaba yo por ese tiempo muy interesado en el tema de los Medios, asunto del que poco se hablaba en la Argentina, por no decir nada.
El texto describía los mecanismos mediante los cuales los Medios de Comunicación podrían producir la demonización de cualquier figura pública, independientemente de sus cualidades, tanto así como la exaltación de otras, anodinas y de escasa relevancia.  
En estos días la situación de un compañero, vaya uno a saber por qué, me disparó a la memoria aquel texto. Tres eran los requerimientos necesarios para producir el fenómeno de la victimación. Uno: deseo social, dos: condiciones políticas y tres: suficiente poderío y alto nivel de concentración en el mensaje mediático.
Hace muy poco hubo un intento de denostar la figura del Juez de la Suprema Corte de Justicia Eugenio Zaffaroni. Para los que no tienen presente el texto mencionado tal vez no se perciba con nitidez las razones del fracaso en esta intentona. Porque si bien el deseo social, especialmente el de algunos sectores medios, es arreciar contra todo lo que huela a poder del Estado, ni las condiciones políticas ni el nivel de fuego del sistema mediático son lo que fueran hace diez años atrás.
El caso a que me remito es el de un compañero, un intelectual de larga y brillante trayectoria, Mario Casalla. Desde hace algo más de un mes, por motivos entre los que se cruzan internas políticas en la provincia de Salta, envidias personales y otras mezquindades, Casalla es signado por algo que no puede ser: un entregador de la Dictadura. En Marzo de 1976 es separado de su cargo en la Universidad de Salta, puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y sometido a todo tipo de vejaciones. Esto, no obstante, no detuvo ni detiene a sus acusadores, cuyos elementos de inculpación cuanto menos mueven a risa, si no fuera por la desgraciada situación de enlodamiento al que someten al compañero Casalla.
La Ley de Medios, aunque todavía no haya entrado en plena vigencia entre otras cosas por las pequeñas y burdas maniobras judiciales realizadas por jueces (entre ellos uno de los acusadores de Casalla), ha mermado suficientemente el poder de fuego de los Medios. Los grupos monopólicos están desnudos y visibles a una opinión pública que hace una década no los registraba.
Las condiciones políticas tampoco son las mismas, por el elevado nivel de politización de la sociedad y la recuperación del sentido colectivo que tanto el terrorismo de Estado como el terrorismo económico habían llegado a disolver en el país.  
De manera que lo único que queda es un desvaído deseo social de algunos sectores medios que entienden poco y participan menos.
El problema aquí reside en que cuando lo de Casalla termine, como habrá de terminar, siempre quedará esa pequeña bruma sobre el nombre y la trayectoria de nuestro compañero. El Juez Zaffaroni ya ha probado azazmente su inocencia en el caso de los departamentos de su propiedad alquilados para uso prostibulario. No obstante, no faltará quien lo haya dado por cierto la primera vez que lo escuchó, leyó o vio, sin corregir lo que la propia realidad fue corrigiendo.
La lista amplísima, desde el punto de vista ideológico, de intelectuales, sindicalistas, compañeros políticos, artistas, que sostienen a Mario en esto duro trance, a pesar de todo, no logra aliviar la pesadumbre que genera ser víctima de semejante bajeza.
Hay quiénes están acostumbrados a jugar con el nombre de las personas. Nosotros preferimos tener la actitud de aquella copla de Gustavo “el Cuchi” Leguizamón: “qué lindo  es andar silbando medio perdido y ausente, meta querer a la gente que otros van atropellando”.
Horacio Ghilini
Profesor Horacio A. Ghilini. Presidente Centro de Estudios para la Patria Grande. Ex-Secretario general del Sindicato Argentino de Docentes Privados (Sadop). Miembro del Consejo Directivo de CGT.