Hace diez años cayó en mis manos un texto que me sorprendió doblemente. Su título “El juego del ahorcado”, apuntes sobre victimación mediática. Digo me sorprendió doblemente porque andaba yo por ese tiempo muy interesado en el tema de los Medios, asunto del que poco se hablaba en la Argentina, por no decir nada.
El texto describía los mecanismos mediante los cuales los Medios de Comunicación podrían producir la demonización de cualquier figura pública, independientemente de sus cualidades, tanto así como la exaltación de otras, anodinas y de escasa relevancia.
En estos días la situación de un compañero, vaya uno a saber por qué, me disparó a la memoria aquel texto. Tres eran los requerimientos necesarios para producir el fenómeno de la victimación. Uno: deseo social, dos: condiciones políticas y tres: suficiente poderío y alto nivel de concentración en el mensaje mediático.
Hace muy poco hubo un intento de denostar la figura del Juez de la Suprema Corte de Justicia Eugenio Zaffaroni. Para los que no tienen presente el texto mencionado tal vez no se perciba con nitidez las razones del fracaso en esta intentona. Porque si bien el deseo social, especialmente el de algunos sectores medios, es arreciar contra todo lo que huela a poder del Estado, ni las condiciones políticas ni el nivel de fuego del sistema mediático son lo que fueran hace diez años atrás.
El caso a que me remito es el de un compañero, un intelectual de larga y brillante trayectoria, Mario Casalla. Desde hace algo más de un mes, por motivos entre los que se cruzan internas políticas en la provincia de Salta, envidias personales y otras mezquindades, Casalla es signado por algo que no puede ser: un entregador de la Dictadura. En Marzo de 1976 es separado de su cargo en la Universidad de Salta, puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y sometido a todo tipo de vejaciones. Esto, no obstante, no detuvo ni detiene a sus acusadores, cuyos elementos de inculpación cuanto menos mueven a risa, si no fuera por la desgraciada situación de enlodamiento al que someten al compañero Casalla.
La Ley de Medios, aunque todavía no haya entrado en plena vigencia entre otras cosas por las pequeñas y burdas maniobras judiciales realizadas por jueces (entre ellos uno de los acusadores de Casalla), ha mermado suficientemente el poder de fuego de los Medios. Los grupos monopólicos están desnudos y visibles a una opinión pública que hace una década no los registraba.
Las condiciones políticas tampoco son las mismas, por el elevado nivel de politización de la sociedad y la recuperación del sentido colectivo que tanto el terrorismo de Estado como el terrorismo económico habían llegado a disolver en el país.
De manera que lo único que queda es un desvaído deseo social de algunos sectores medios que entienden poco y participan menos.
El problema aquí reside en que cuando lo de Casalla termine, como habrá de terminar, siempre quedará esa pequeña bruma sobre el nombre y la trayectoria de nuestro compañero. El Juez Zaffaroni ya ha probado azazmente su inocencia en el caso de los departamentos de su propiedad alquilados para uso prostibulario. No obstante, no faltará quien lo haya dado por cierto la primera vez que lo escuchó, leyó o vio, sin corregir lo que la propia realidad fue corrigiendo.
La lista amplísima, desde el punto de vista ideológico, de intelectuales, sindicalistas, compañeros políticos, artistas, que sostienen a Mario en esto duro trance, a pesar de todo, no logra aliviar la pesadumbre que genera ser víctima de semejante bajeza.
Hay quiénes están acostumbrados a jugar con el nombre de las personas. Nosotros preferimos tener la actitud de aquella copla de Gustavo “el Cuchi” Leguizamón: “qué lindo es andar silbando medio perdido y ausente, meta querer a la gente que otros van atropellando”.
Horacio Ghilini
Profesor Horacio A. Ghilini. Presidente Centro de Estudios para la Patria Grande. Ex-Secretario general del Sindicato Argentino de Docentes Privados (Sadop). Miembro del Consejo Directivo de CGT.
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